Las 146 puertas abiertas al fuego

La frontera de Tamaulipas con Texas no solo es una línea en el mapa: es una vitrina legal, luminosa y abierta de par en par hacia un mercado que abastece, sin disimulo, a uno de los problemas más graves de México: el flujo de armas y explosivos.
Ahí, frente a nuestras narices, operan 146 puntos autorizados por el propio Gobierno de Estados Unidos para la venta, fabricación o importación de armas. Son tantos, que en ciudades como Laredo superan en número a las escuelas.
Mientras en el lado mexicano, las autoridades intentan frenar el tráfico ilegal con retenes y decomisos, en el lado texano se expiden licencias que, de manera indirecta, terminan alimentando la violencia que marca a Tamaulipas.
El contraste es brutal: de los 11 corredores de tráfico de armas detectados desde EE.UU., cinco cruzan por nuestro estado —Nuevo Laredo, Miguel Alemán, Camargo, Reynosa y Matamoros—. Son rutas conocidas, documentadas y, sin embargo, implacablemente vivas.
Los datos del Buró de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF) son una radiografía sin anestesia. Laredo encabeza la lista con 73 licencias vigentes: 28 para vender armas, 23 para fabricarlas, tres para importarlas y una para comercializar dispositivos destructivos.
El número, frío y duro, supera a los 61 planteles escolares que operan en toda la ciudad. Un mensaje silencioso: aquí hay más puertas para conseguir un rifle que para recibir una educación.
McAllen, Edinburg, Mission, Pharr, Brownsville y Weslaco completan la franja de alto riesgo.
No son solo puntos en el mapa, son vértices de un triángulo que conecta oferta legal en Estados Unidos con demanda ilegal en México. Y en medio, la violencia que en Reynosa, Río Bravo o Matamoros ha dejado un rastro de balas, familias desplazadas y policías caídos.
El detalle más inquietante no está solo en la cantidad, sino en quiénes tienen estas licencias.
Entre los autorizados hay grandes corporativos como Walmart y Academy Sports + Outdoors, pero tres de cada cuatro permisos pertenecen a particulares que operan desde casas particulares. En otras palabras, la línea entre el comercio formal y el abastecimiento discreto para el crimen organizado es tan fina que puede cruzarse con un simple timbre en la puerta correcta.
En el papel, este arsenal fronterizo es legal. En la realidad, la frontera que separa lo legal de lo letal es tan delgada como una bala atravesando el Río Bravo.
La densidad de puntos de venta y su cercanía con Tamaulipas hacen que cada decomiso en suelo mexicano sea, en el fondo, apenas un grano de arena en un desierto de rifles, municiones y explosivos.
La geografía no se puede mover, pero la voluntad política sí. Y en este tablero, mientras Estados Unidos siga otorgando licencias como si fueran permisos de pesca y México se limite a contener el agua con las manos, el flujo de armas hacia nuestro país seguirá tan constante como el propio río que nos divide.
Trump abre la puerta a la guerra
Donald Trump, fiel a su estilo de dar golpes sobre la mesa —y esta vez, con implicaciones que cruzan fronteras—, firmó en secreto una directiva para que el Pentágono use fuerza militar contra ciertos cárteles de la droga que su administración ha designado como “organizaciones terroristas”.
No es un comunicado cualquiera. Es la primera vez que un presidente de Estados Unidos otorga un marco oficial para que sus militares puedan actuar directamente contra grupos criminales extranjeros… y sí, eso incluye operaciones en territorio ajeno.
Este paso, descrito por The New York Times como el más agresivo en la cruzada de Trump contra el narcotráfico, rompe con una línea que, hasta ahora, había sido estrictamente policiaca. La lucha contra los cárteles ya no se plantea solo con agentes de la DEA o investigaciones transnacionales: ahora se habla de marinos, soldados y aviones militares como parte del menú de opciones.
El problema —y la advertencia— es que esta decisión llega en un momento en que México, y particularmente Tamaulipas, están bajo una presión creciente por la violencia ligada al crimen organizado. El asesinato del delegado de la FGR en Reynosa el pasado 4 de agosto es un recordatorio sangriento de que las facciones del Cártel del Golfo no solo siguen operando, sino que se atreven a atacar a figuras federales en pleno día.
Ese hecho, visto desde Washington, no sería solo un tema interno de México: podría convertirse en un argumento perfecto para que Trump justifique acciones directas de “defensa” más allá del Río Bravo.
Pero aquí es donde el escenario se vuelve más delicado. La orden plantea dudas jurídicas profundas:
¿Podrían fuerzas estadounidenses actuar en México sin el aval del Congreso?
Si en una operación militar mueren civiles, ¿sería considerado un asesinato o “daño colateral” en combate?
¿Hasta dónde estaría dispuesto México a permitir una incursión extranjera con la bandera de combatir el narcotráfico?
Históricamente, cada vez que Washington cruza la línea de lo policial a lo militar, el mapa político de América Latina se sacude. Y no es menor que esta directiva se haya filtrado justo un día después de que Trump duplicara la recompensa por Nicolás Maduro, acusándolo de nexos con cárteles y bandas internacionales. El mensaje es claro: la Casa Blanca está dispuesta a poner precio a las cabezas y tropas en el terreno.
Para Tamaulipas, la posibilidad de operaciones militares estadounidenses no es una película lejana. La geografía lo pone en la primera fila: cinco de las once rutas de tráfico de armas y drogas entre ambos países pasan por aquí. Si Trump decide actuar, los primeros golpes no caerían en Sinaloa o Michoacán, sino en las ciudades donde confluyen los cruces más calientes: Nuevo Laredo, Reynosa y Matamoros.
En el fondo, esta decisión revela un cambio de paradigma: Trump no solo quiere frenar el fentanilo que mata a miles de estadounidenses, quiere hacerlo con uniforme militar y, si es necesario, con botas pisando suelo extranjero. La pregunta que queda en el aire es si México reaccionará con soberanía o con silencio. Porque cuando se abre la puerta a la guerra, cerrar después esa frontera es mucho más difícil que cruzarla.