Marchas en el Valle contra el miedo

Las calles del sur de Texas se llenaron de voces que desafiaron al miedo. En ciudades como McAllen, Harlingen, San Benito y Brownsville, ciudadanos salieron a manifestarse pacíficamente como parte del movimiento nacional No Kings Day, desafiando el ambiente de tensión que se ha instalado en muchas comunidades. La escena rompía con la rutina del silencio temeroso que suele dominar entre los migrantes. Esta vez hubo pancartas, consignas y un reclamo colectivo marcado por el hartazgo. Las redadas del ICE y la patrulla fronteriza, cada vez más frecuentes en comercios, viviendas y espacios públicos del Valle de Texas, empujaron a cientos de personas a tomar las calles y levantar la voz.
Las redadas no solo han afectado a quienes están en situación irregular. La tensión social se ha propagado como un gas invisible. Familias enteras viven con preocupación, incluidos ciudadanos de ascendencia mexicana. Negocios que hasta hace poco eran punto de encuentro de la comunidad, ahora lucen vacíos. Las ventas han caído. El ánimo también se ha desplomado. La mera posibilidad de que un operativo migratorio ocurra en cualquier momento basta para disuadir a muchos de ir a los lugares de siempre o de presentarse en sus trabajos. Lo que antes era rutina se ha convertido en riesgo.
La política migratoria se está endureciendo. En medio de este clima, una migrante mexicana ha sido acusada de agredir a un agente federal durante una redada en la taquería ‘El Mante’, en San Benito, Texas. En medio del forcejeo dentro del lugar, la trabajadora le propinó una patada en la cara. Ella tendrá su próxima audiencia el 18 de junio y podría enfrentar hasta ocho años de prisión y una multa de 250 mil dólares. El caso ha sido aprovechado por las autoridades como ejemplo de que los operativos son necesarios. Lo cierto es que el episodio también muestra otra cosa: la desesperación. No todos reaccionan igual al amago.
Las protestas del sábado no fueron organizadas por un grupo de migrantes. Fueron parte de un movimiento nacional encabezado por ciudadanos estadounidenses. No se trató de un reclamo contra las leyes migratorias como tal, sino contra el tono autoritario con el que se están implementando. Coincidieron con un desfile militar en Washington y con el cumpleaños del presidente, quien ha convertido la migración en uno de sus estandartes políticos. Lo que está ocurriendo en Texas es una muestra de cómo las fronteras pueden endurecerse.
En este contexto, las declaraciones de autoridades mexicanas han sido cautelosas. Se hace un llamado a la calma, a evitar confrontaciones, a privilegiar el respeto. El Consulado de México en McAllen ha reforzado su línea de atención y ha reiterado su compromiso de brindar apoyo a quienes enfrenten emergencias migratorias. Pero el mensaje de fondo es claro: la situación es grave, y no hay mucho margen de maniobra.
Lo más delicado de esta coyuntura no es solo el riesgo de detención. Es el mensaje que se está enviando a la sociedad. Que un grupo de trabajadores pueda ser tratado como delincuentes. Que la amenaza puede ser una herramienta de política pública. Que un país cuya historia ha sido moldeada por migrantes puede, de pronto, borrar esa parte de su ADN. Y lo hace en nombre del orden, de la seguridad, de una narrativa de “recuperar” lo que nunca se ha perdido.
No se trata de negar que todo país tiene derecho a proteger su soberanía. Tampoco se ignora que la migración descontrolada genera tensiones. Pero hay formas. Y lo que está ocurriendo en Texas —con redadas, amenazas y criminalización mediática— rompe con el espíritu de una nación que se construyó sobre la promesa de ser un refugio. Hoy, muchos sienten que esa promesa se ha roto. No con leyes, sino con la forma en que se aplican.
Este escenario no solo afecta a los migrantes. Afecta a las ciudades del sur de Texas que viven de su dinamismo binacional. Afecta a la economía local que se sostiene gracias al trabajo de quienes ahora se esconden. Afecta a las familias mixtas que cruzan la frontera cada semana para visitar a sus abuelos, acudir a una cita médica o simplemente hacer sus compras. Afecta, también, a la imagen de un país que dice defender la libertad, pero que parece elegir a quién se la concede.
Las protestas de este sábado en el Valle de Texas dejaron claro que una parte de la sociedad estadounidense se niega a normalizar la amenaza. Que no está dispuesta a callar ante el acoso sistemático ni a renunciar a los principios que alguna vez definieron su democracia. Exigen respeto por la dignidad humana, por la memoria migrante que forjó al país y por los valores que hoy parecen desvanecerse entre redadas y silencios.
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