Columnas - Carlos Tovar

El regreso que nadie planeó

  • Por: CARLOS TOVAR
  • 18 JUNIO 2025
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El regreso que nadie planeó

Los rostros cambian cada semana. Muchos de ellos llegan con una mochila al hombro, sin más pertenencias que el miedo. Son mexicanos que regresan a su país, no por voluntad propia, sino por una decisión política y administrativa tomada a cientos de kilómetros de distancia. Entre enero y abril de este año, más de dos mil tamaulipecos fueron deportados desde Estados Unidos. La cifra forma parte de un total de 12 mil mexicanos repatriados por los puertos fronterizos de esta entidad. Tamaulipas lidera, una vez más, las estadísticas nacionales en esta materia.

El dato podría pasar desapercibido si no se entendiera lo que representa. No es sólo un movimiento de cifras, son miles de historias truncadas, de proyectos suspendidos, de familias que deben reinventarse sin aviso. Detrás de cada número hay una ruptura, algunas físicas, otras emocionales, porque las deportaciones no solo expulsan personas, también arrancan vínculos, rutinas y afectos.

En la región noreste del país el fenómeno migratorio tiene una profundidad distinta. Aquí no se trata únicamente de quienes intentaron cruzar por primera vez. Muchas veces hablamos de hombres y mujeres que llevaban años, incluso décadas, viviendo en Estados Unidos. Personas que habían construido un hogar, que pagaban impuestos, que criaban hijos nacidos allá. Su retorno forzado no solo es una interrupción biográfica, también es un golpe para las comunidades que los reciben.

La economía de muchas ciudades tamaulipecas en las zonas rurales se sostiene, en gran parte, gracias a las remesas. Estos flujos de dinero que durante años han sido un alivio constante para miles de hogares están en riesgo cuando los principales emisores son repatriados de forma abrupta. Lo que parecía un ingreso asegurado, de pronto se convierte en incertidumbre. Las remesas no son un lujo, son un colchón para pagar la escuela de los hijos, para levantar una casa, para atender una enfermedad. Cuando ese ingreso desaparece, la economía local lo resiente.

Tamaulipas registra una disminución del 30 por ciento en deportaciones con respecto al año pasado, pero eso no significa que la situación sea menos alarmante. Lo que está ocurriendo ahora tiene un carácter más visible, más áspero. Las redadas en sitios de trabajo, los operativos sorpresa, las medidas que empujan a las personas a entregarse voluntariamente o a vivir escondidas han dejado una marca profunda. En ciudades como Matamoros o Reynosa los templos se han vuelto puntos de auxilio. Allí, el padre Francisco Gallardo, coordinador de la Pastoral de Movilidad Humana, escucha cada día nuevos relatos de separación y dolor: padres que ya no saben cómo explicarle a sus hijos por qué no volverán a ver a mamá, hijos que crecen con la culpa de haber nacido en un país que echó a sus padres.

No hay crítica, solo confirmación. La migración es un fenómeno complejo, y cada país tiene derecho a definir sus políticas y defender su soberanía. Lo que se plantea es un llamado a la empatía, a reconocer que más allá del debate político hay una dimensión humana que debe ser atendida. La deportación no es solo el final de un proceso administrativo de política migratoria, es también, el inicio de una serie de retos que recaen sobre las espaldas de comunidades que no están preparadas para recibir a quienes regresan sin nada.

Las organizaciones civiles hacen lo que pueden: brindan cobijo temporal, canalizan ayuda legal, ofrecen orientación, pero no siempre hay recursos suficientes. Y no siempre hay tiempo. El impacto emocional que sufren los deportados, sumado al estigma social que a veces enfrentan al volver, puede convertirse en un obstáculo mayor para la reinserción. Algunos logran adaptarse, otros intentan volver a cruzar y,  otros, simplemente se pierden en un limbo de frustración y silencio.

La región norte de Tamaulipas conoce desde hace años las dos caras del fenómeno migratorio: por un lado, es punto de partida; por el otro, es zona de retorno. A veces es, también, territorio de tránsito. Y eso la convierte en una región especialmente sensible a los cambios de política en Estados Unidos. Cada endurecimiento, cada anuncio, cada operativo tiene una consecuencia directa en estos municipios. La dinámica social se transforma, el empleo se ve alterado, las relaciones familiares se redefinen.

Las autoridades locales han mostrado disposición para atender esta realidad, pero el reto es grande, porque no se trata solo de recibir, sino de integrar, de brindar alternativas laborales, educativas, emocionales, de evitar que quienes regresan vean a su tierra como un fracaso y puedan empezar a verla como una oportunidad.

Los números seguirán cambiando, las cifras subirán o bajarán según el enfoque de cada administración estadounidense, pero el desafío de fondo seguirá siendo el mismo. ¿Cómo acompañamos a quienes regresan? ¿Qué país les estamos ofreciendo? ¿Podremos, como sociedad, verlos más allá de su estatus migratorio y reconocer en ellos lo que son, lo que fueron, lo que pueden llegar a ser?

Conviene recordar que la migración no es una anomalía, es parte de nuestra historia, de nuestra identidad, de nuestra realidad más cercana. Lo que viven hoy miles de tamaulipecos deportados no es solo un fenómeno internacional, es un asunto regional profundamente humano. Y merece ser tratado con esa misma dimensión.

Mail: ct@carlostovar.com

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