Columnas - Carlos Tovar

Sin miedo a la narrativa

  • Por: CARLOS TOVAR
  • 18 JULIO 2025
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Sin miedo a la narrativa

Donald Trump ha vuelto a agitar las aguas. En medio de una campaña que se endurece cada semana, el presidente de Estados Unidos ha reactivado una de sus banderas más peligrosas: la idea de que México está controlado por el crimen organizado. “Los cárteles tienen un tremendo control sobre México” afirmó, y fue más allá al señalar que esa influencia alcanza incluso a “los políticos y las personas electas”. La frase no fue un desliz, sino un movimiento calculado dentro de una narrativa que le ha resultado políticamente rentable; pero esta vez, la reacción del gobierno mexicano no se hizo esperar. La presidenta Claudia Sheinbaum respondió con firmeza, pero sin estridencias. Y lo hizo no sólo con palabras, sino con una estrategia de contención diplomática que busca sostener una relación bilateral que, a pesar de las tensiones, es esencial para ambos países.

Lo preocupante no es únicamente lo que Trump dice, sino el eco que tiene. Las acusaciones de que México es un narcoestado no son nuevas. Lo nuevo es el contexto. En semanas recientes, se han acumulado decisiones desde el gobierno estadounidense que parecen apuntar a la misma dirección. La revocación de visas a funcionarios ligados al oficialismo, la sanción a bancos mexicanos por presunto lavado de dinero, y la embestida verbal del abogado de los “Chapitos” contra la Presidenta conforman un clima hostil. La narrativa de un país infiltrado por el narco no se presenta como hipótesis, sino como afirmación. Y eso tiene consecuencias: no sólo erosiona la imagen internacional de México, sino que debilita la legitimidad de su gobierno en momentos en que más necesita cohesión.

La respuesta de Sheinbaum ha sido matizada: admitió que el país enfrenta un problema grave relacionado con la producción y consumo de drogas, pero subrayó que se está enfrentando desde las causas. Habló de incautaciones, de reducción de homicidios, de control sobre precursores químicos, y de coordinación entre agencias; pero, sobre todo, dejó claro que no se quiere caer en una confrontación directa. “No nos agachamos, pero tampoco queremos polemizar públicamente al tú por tú”, dijo. La frase resume la postura del gobierno. Defender la soberanía sin romper los canales de cooperación.

Esa moderación es una apuesta por la sensatez, es ponerse hielo en la nuca. La Presidenta entiende que la relación con Estados Unidos no puede basarse en bravuconerías ni en provocaciones. Hay 40 millones de personas de origen mexicano viviendo del otro lado de la frontera. Hay una integración económica profunda que hace que cualquier roce político tenga consecuencias concretas en las exportaciones, el turismo, la inversión. La tensión verbal no es sólo una batalla de declaraciones: es un riesgo para la estabilidad de ambas naciones. Y por eso el gobierno busca responder con datos, no con descalificaciones.

Lo que está en juego no es sólo la imagen de México ante el mundo, también está en juego la posición de Claudia Sheinbaum como jefa de Estado. Su liderazgo está a prueba en un tablero internacional complejo, donde las narrativas pesan tanto como las realidades. Trump quiere reinstalar la idea de un México fallido. Sheinbaum busca desmontarla sin caer en el juego. Para ello prepara un documento que sintetice los esfuerzos del país en materia de seguridad, lucha contra las drogas y cooperación fronteriza. No será un panfleto político, sino un mensaje dirigido a los congresistas estadounidenses y al propio presidente norteamericano explicando en qué se ha avanzado, qué se está haciendo y por qué México no merece ser tratado como un enemigo.

Este enfoque diplomático es particularmente importante para regiones como Tamaulipas, un estado fronterizo que ha sido, históricamente, rehén de las percepciones. Cuando en Washington se habla de narcotráfico, muchos miran hacia el norte de México. Y si bien no se puede negar que existen desafíos de seguridad, también es cierto que hay un esfuerzo institucional serio para enfrentarlos. La narrativa que se instale allá tendrá efectos acá. Si se impone la visión de un país controlado por el narco, las consecuencias podrían sentirse en la relación comercial, en los controles aduaneros, en los flujos migratorios, en las decisiones de inversión.

Tamaulipas no es sólo frontera, es corazón del comercio exterior mexicano. En ciudades como Nuevo Laredo, donde se concentran las operaciones aduaneras más importantes del país, cualquier tensión diplomática se traduce en demoras, pérdidas económicas y clima de incertidumbre; por eso, cuando se habla de seguridad y de política exterior, se habla también del futuro económico de la región. La estabilidad de la frontera no es una consigna retórica, es una necesidad para cientos de miles de familias que viven de la actividad binacional: no sólo se comercian mercancías, se cruzan historias, trayectorias, esfuerzos compartidos.

La reacción prudente de la Presidenta también apunta a proteger esa cotidianeidad, a impedir que una narrativa electoral se transforme en política oficial, a blindar la cooperación entre gobiernos de ambos lados de la frontera, a contener el daño sin amplificar el ruido, porque si algo ha aprendido México en los últimos años, es que la confrontación con Estados Unidos no se gana con declaraciones encendidas, sino con datos, con resultados, con legitimidad. Y se gana, sobre todo, con una visión estratégica que entienda que la relación bilateral no es una guerra, es una corresponsabilidad.

Es cierto que en México hay problemas estructurales relacionados con la inseguridad; negarlo sería ingenuo, pero reducir al país a un territorio controlado por el crimen es una simplificación peligrosa, pero es innegable que hay complicidades políticas que empujan con fuerza esas ideas, esas acusaciones cada vez más duras.

Lo que está haciendo Trump es una herramienta política con la que busca justificar una agenda interna y externa que no siempre reconoce las complejidades del vecino del sur.

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