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Lo que decimos en el celular

  • Por: DELIA RODRÍGUEZ
  • 17 MAYO 2025
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Lo que decimos en el celular


El fin de la intimidad se lleva anunciando desde hace décadas, pero no actuamos como si nuestros teléfonos fueran un peligro inédito para nosotros mismos

Estos días, por lo que sea, muchos hemos pensado eso de madre mía, si alguien leyera mi Whatsapp. Lo digital conlleva riesgo en su naturaleza (¿por qué no se ha implantado aún si no el voto electrónico?), pero la mayoría actuamos como si nuestro móvil fuera un joyero guardado en el dormitorio y no un peligro inédito para nosotros mismos. Ni siquiera es necesario un hackeo, un problema técnico o una filtración interesada; un error humano basta para que suceda el desastre: pensemos en esos conocidos que se divorciaron después de un mensaje indebido o en la cúpula del gobierno estadounidense cuando añadió por error a un periodista en el chat donde se estaba coordinando una guerra. 

Se lleva anunciando el fin de la intimidad décadas. “Tenemos cero privacidad. Superadlo”, dijo en 1999 un directivo de Sun Microsystems, y en ello estamos aún. Hace 15 años que Mark Zuckerberg explicó por qué a partir de ese momento Facebook iba a cambiar su política y a hacer públicos por defecto los datos de los usuarios: “Cuando empecé en mi dormitorio en Harvard, la pregunta que mucha gente se hacía era: ‘¿Por qué querría poner cualquier información en Internet? ¿Por qué querría tener una página web?’ (...) La gente se ha ido sintiendo cómoda no solo compartiendo más información y de distintos tipos, sino también haciéndolo de forma más abierta y con más personas. Esa norma social es algo que, sencillamente, ha evolucionado con el tiempo”. Y eso es cierto. Pero también lo es que empresas como la suya han contribuido a que nuestros móviles sean, por diseño, más vulnerables.

En este tiempo ha ocurrido una transacción: comodidad a cambio de privacidad. ¿Mensajes inmediatos y gratuitos con todas las personas que queramos, incluso en grupo? Firmemos donde sea. La idea del capitalismo de vigilancia ya dejó claro que nuestros datos son el gran negocio. Varias teorías más nos han ido explicando el colapso de la intimidad. La economía de la atención dice que competimos para que los demás nos hagan caso, también a través de nuestros mensajes, que se han ido haciendo más emocionales. La teoría del colapso del contexto explica que se han juntado en una misma esfera digital ámbitos antes bien separados, como el personal o el laboral, con la consiguiente confusión. Sumemos el efecto de desinhibición online, que dice que internet crea un falso distanciamiento con los otros, pudiendo llegar a decir lo que ni siquiera pensamos. Además lo hacemos por escrito, lo cual deja rastro y le da cierta importancia, cuando se trata de conversaciones propias de la cultura oral (teoría del paréntesis Gutenberg). El simple hecho de usar un celular importa: la comunicación síncrona en movimiento tiende a ser más espontánea y menos medida que la realizada de forma asíncrona, o delante de un ordenador.

Una antigua norma de etiqueta digital afirma que no deberíamos decir en la red nada que no estemos dispuestos a defender en un ascensor delante de desconocidos. Quienes son más conscientes de la fragilidad de la privacidad digital siguen esta norma a rajatabla. Un amigo de EE UU me cuenta que borra conversaciones personales de Whatsapp cada vez que accede al país, porque sabe que en la frontera pueden revisarle el móvil, comprobar si ha sido crítico con el Gobierno, y negarle la entrada. Solo borra algunas de ellas: sabe que si se deshace de todas también resultaría sospechoso. Pero cuando existe interés en confundir lo público y lo privado nada es suficiente.



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