Trump: amigos e injerencias

Una de las palabras más utilizadas por Donald Trump para descalificar a alguien, sea un adversario político, un mandatario extranjero o cualquier figura pública, es “débil”. Con esta premisa, el cumplido favorito del presidente de Estados Unidos resulta fácil de adivinar. Para el republicano son “fuertes” Jair Bolsonaro o Nayib Bukele, pero también lo es Nicolás Maduro, según relata el exconsejero de Seguridad Nacional John Bolton en sus memorias. El caso es que el magnate que prometió centrarse en el bienestar de los estadounidenses busca en realidad que los gobernantes del mundo vivan pendientes de su próximo mensaje en las redes sociales. La espada de Damocles de los aranceles no solo ha logrado capitalizar la atención de América Latina, sino que ha alentado los peligros de las batallas ideológicas en el tablero global.
La imposición de gravámenes como si se tratara de sanciones es paradigmática en el caso de Brasil. Tras anunciar el castigo a principios de julio por lo que Trump considera una “caza de brujas” contra Bolsonaro, juzgado por golpismo, el pasado viernes la Casa Blanca confirmó la medida: “El presidente firmó un decreto que aborda las amenazas del Gobierno de Brasil y protege los intereses de Estados Unidos, por la que impone un arancel adicional del 40% a las importaciones brasileñas y declara una emergencia nacional para abordar las políticas de Brasil que violan los derechos humanos”. El mensaje no utiliza perífrasis, aunque detrás del decreto hay una declaración de guerra a Luiz Inácio Lula da Silva y un intento de rescate de un aliado político.
El exmandatario ultraderechista brasileño lideró un complot para derrocar al presidente que le había derrotado en las urnas, pero la Administración republicana ha decidido castigar al juez del Supremo que instruyó el proceso. El magistrado Alexandre de Moraes se había ganado, además, la inquina de los activistas ultras por su batalla contra las noticias falsas difundidas en las redes. Al Departamento de Estado le parecieron nada menos que “un serio abuso contra los derechos humanos”, y el jefe de la diplomacia estadounidense, Marco Rubio, tuiteó: “Que esto sirva de advertencia a quienes pisoteen los derechos fundamentales de sus compatriotas: las togas no pueden protegerlos”.
Moraes defendió sin matices el viernes, en la inauguración del año judicial, la soberanía de Brasil. “Esta Corte no se plegará ante amenazas cobardes e infructíferas”, afirmó. Pero las palabras de Rubio son un aviso preventivo a navegantes y coinciden con la condena a 12 años de arresto domiciliario impuesta por una jueza colombiana al expresidente Álvaro Uribe. El político de derechas, declarado culpable por soborno de testigos y fraude procesal en una causa que se inició por sus supuestos vínculos con grupos paramilitares, recibió el respaldo público del secretario de Estado mientras la magistrada leía su sentencia. “El único delito del expresidente Uribe ha sido luchar incansablemente y defender a su patria. La instrumentalización del poder judicial colombiano por parte de jueces radicales ha sentado un precedente preocupante”, escribió Rubio en X, alimentando la tesis del lawfare que sostienen los defensores del exmandatario.