Columnas - Francesco Manetto

Lo peor de Colombia

  • Por: FRANCESCO MANETTO
  • 20 AGOSTO 2025
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Lo peor de Colombia

Uno de los clichés más manidos de la comunicación política es que las sociedades, y con ellas sus clases dirigentes, tienden a unirse en los trances más difíciles. Juntos en el dolor. Unidos frente a la barbarie. Puede suceder, aunque ese escenario es cada vez más improbable. La muerte el pasado día 11 del senador y precandidato presidencial colombiano Miguel Uribe Turbay mostró la brecha que parte en dos a la población del país y a sus representantes. El asesinato del político de derechas, que se encuentra bajo investigación, no solo invocó el horror del pasado, sino que abonó el terreno de la división social cuando faltan nueve meses para las elecciones. En el centro de la disputa están el presidente, Gustavo Petro, y el exmandatario Álvaro Uribe, en arresto domiciliario tras haber sido condenado a 12 años por soborno de testigos.

Las acusaciones vertidas en las redes por el fundador del Centro Democrático, el mismo partido de Uribe Turbay (ambos no tienen vínculos de parentesco), son especialmente graves porque no van acompañadas de ninguna prueba y porque contribuyen a envenenar los ánimos de sus seguidores. “Asesinaron a Miguel, que ejercía la oposición crítica y razonada, con la instigación de la venganza inducida por el presidente de la República, que encontró como muletilla acusar de asesino y torturador al expresidente Turbay, abuelo de nuestro mártir”, espeta el expresidente en X.

El mismo mensaje fue leído en el entierro, una ceremonia a la que Petro no acudió a petición de los allegados de la víctima. La referencia es cierta. El mandatario de izquierdas interpeló así al precandidato, descalificándole, horas antes de que le descerrajaran dos tiros en la cabeza, por ser “el nieto de un presidente que ordenó la tortura de 10.000 colombianos”. La publicación sigue allí. Es un ataque feroz que recurre a un argumento mezquino —como si las responsabilidades se heredaran—, pero solo es indicio del deterioro del debate político en 

Miguel Uribe falleció tras más de dos meses de agonía. Su madre, la periodista Diana Turbay, fue secuestrada por sicarios de Pablo Escobar y murió en el intento de rescate cuando él era un niño. Un drama familiar que refleja la tragedia colectiva de un país donde la violencia siempre parece reciclarse. Pero la Colombia de hoy es distinta, pese a sus enormes problemas, a la de hace 30 años. “Lo que quieren es que nos matemos entre nosotros. Esa es su victoria. No se deje engañar”, escribió Petro sobre los asesinos. Y, aunque él tampoco haya contribuido durante su mandato a crear un clima de serenidad, advierte a la sociedad sobre el fin del crimen: sembrar el terror.

Lo que se ha visto en las últimas horas, mientras, son las embestidas de Álvaro Uribe, quien volvió a desempolvar su furibunda oposición a los acuerdos de paz que desembocaron en la desmovilización de la gran mayoría de las FARC y cargó contra su sucesor, Juan Manuel Santos. “En esta hora de dolor aumenta mi tormento ver en la pantalla de la distancia la hipocresía de Santos, que devolvió el poder a los criminales”, afirmó durante la retransmisión de las despedidas en la cámara ardiente. “Expresidente Uribe, lo invito a dejar atrás el odio”, le contestó el Nobel de la Paz.

En el torbellino de intoxicaciones e intentos de la ultraderecha de aprovecharse del atentado contra Uribe Turbay, se coló un vídeo de la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, aliada de Petro, alegrándose falsamente de su muerte. La grabación no existe. Es un bulo generado con inteligencia artificial, y su amplia difusión en X fue inevitable, pese a las advertencia del Grok, el bot de la plataforma. El mensaje es tan inverosímil que resulta arduo creer que inteligencias (humanas, en este caso) lo dieran por bueno. Pero así funcionan los mensajes de odio.

Sheinbaum diciendo que la muerte de Miguel Uribe “debe ser un alivio para los colombianos” no es solo insensible, es una brutal falta de respeto que desnuda su cinismo y desprecio por la vida humana. México merece líderes, no monstruos políticos.


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