Columnas - Juan Ignacio Zavala

¿Los presidentes saben todo?

  • Por: JUAN IGNACIO ZAVALA
  • 05 AGOSTO 2025
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¿Los presidentes saben todo?

Todo gobierno que termina deja herencias. Cosas que se tienen que atender, modos que se deben de cambiar. Cierto que, durante el liberalismo, los estilos eran muy similares (de ahí la idea del PRIAN). Los políticos eran de determinada manera: algunos más prácticos y con cierta soltura, otros recelosos y teóricos. Digamos que eso quedó atrás. Incluso la mesura y contención de nuestra presidenta —algo que choca con el desquiciamiento que predomina en las que fueran las “democracias occidentales”— no dejan de tener su barniz de demagogia y simplismo populista. Es parte de la herencia de López Obrador.

En efecto, el estilo rupturista de comunicar del presidente tabasqueño marcó una especie de frontera divisoria entre el antes y el después. Incluso viéndolo desde el ángulo crítico, hay que reconocer que el hombre inició una etapa novedosa en la comunicación de nuestra vida nacional. Si bien no todo lo nuevo es beneficioso, hubo algunos aspectos que destacar. Por ejemplo, la comparecencia diaria comparada con las escasas ruedas de prensa y entrevistas de Peña. Sin embargo, la fascinación que ejercía el sujeto sobre cierta prensa, periodistas y comentócratas impedía ver que en ocasiones el hombre decía verdaderas estupideces revestidas de una solemnidad pavorosa. Para los adoradores del entonces presidente, eran simplemente expresiones geniales, verdades puras sin ornamento alguno, revelaciones descarnadas sobre el ejercicio del poder, sorprendentes y veraces frases sobre un hombre que se enfrentaba al poder con humildad y entereza. Cuando no se ensalzaba al político de pensamiento profundo, se alababa al genio.

Una de estas famosas “genialidades” fue aquella de que el presidente de México “lo sabe todo”, que no hay negocio o tranza que se haga en política sin que el presidente lo sepa. Una verdadera estupidez, pero que con los ojos puestos en el pasado, ensuciaba, enlodaba a todos los que lo precedieron, pues supieron todo y no hicieron nada. Sus palabras lo han alcanzado: sabía todo de Adán Augusto, su “hermano”, y resultó ser encubridor, cuando menos, del crimen organizado. Claro, los presidentes tienen acceso a una enorme cantidad de información negada para el resto de los ciudadanos, pero eso no los convierte en adivinos. Se entiende que al lópezobradorismo se le llenara la boca hablando de García Luna y de la responsabilidad de Felipe Calderón al respecto (“si no sabía, mal; si lo sabía, peor”, decía). Este mismo planteamiento ha sido aplicado al jefe de Morena en el Senado y no hay manera de que se salve.

Cabe ahora la pregunta: ¿la presidenta Sheinbaum sabe todo? Bajo la teoría del pejismo es algo que no se debe ni dudar: ella sabe todo de todos. Bajo una lógica racional se entiende que la presidenta sabe muchas cosas, sobre todo posterior a los hechos. Pero anticipar futuras conductas de personas que ella consideraba maduras, ponderadas y juiciosas, está por verse. La vida está llena de sorpresas y en la política más.

Uno puede preguntarse si Sheinbaum sabía que su opositor férreo en el partido, con el que compartía guía y proyecto, resultara ser un farsante criminal. Es sabido que el coordinador de los senadores morenistas no ha destacado por tener una conducta emocional controlada y propia de su edad, ¿pero encubridor y potenciador de bandas mafiosas?

La presidenta podía saber —como ha sido vox populi desde hace unos años—, de la súbita vocación empresarial de Andy —el hijo consentido—, pero de ahí a enterarse de la vida de frivolidad estrafalaria del individuo, hay distancia. Que los compañeros de la izquierda se hayan desbordado frente al olor del dinero no debiera ser una sorpresa para ella. 

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