‘Lo que nadie ve: el peso mental de ser madre en tiempos modernos’

En los últimos años hemos avanzado en muchos aspectos relacionados con la maternidad y los roles de género; sin embargo, hay un tipo de sobrecarga que sigue estando presente en la vida de muchas mujeres, aunque no siempre se vea ni se hable de ella. Me refiero a la carga mental de la maternidad moderna.
La carga mental no tiene forma física, pero pesa. No se trata solamente de realizar tareas, sino de tener que recordarlas, organizarlas y anticiparlas. Es ese constante estado de alerta que lleva a muchas madres a estar mentalmente ocupadas las 24 horas del día. Es pensar qué se necesita comprar, quién cuidará a los niños si se enferman, cuándo hay que renovar la receta médica, qué día tienen clase de natación o cómo coordinar que todo funcione, incluso mientras se trabaja fuera de casa o se resuelven otros asuntos personales.
Este esfuerzo mental y emocional sostenido, muchas veces invisible para el entorno, puede generar efectos muy concretos en la salud. Como profesional de la salud, veo con frecuencia a mujeres que consultan por cansancio extremo, insomnio, ansiedad, sensación de estar “al borde”. Y cuando exploramos más a fondo, encontramos un patrón común: una lista interminable de responsabilidades que ellas asumen como propias, muchas veces sin pedir ayuda, porque sienten que “así debe ser”.
Es importante entender que esta carga mental no es un problema individual, sino social. Se trata de una consecuencia de la desigual distribución de roles, tanto en el hogar como en la crianza. Aunque muchos hombres participan cada vez más en la vida familiar, las estadísticas y la experiencia cotidiana nos muestran que la mayor parte de la organización y seguimiento de tareas continúa recayendo en las madres.
Romper con este patrón no es fácil, pero sí posible. El primer paso es reconocer que la carga mental existe y que tiene un impacto real. A veces sólo ponerle nombre a lo que sentimos ya trae alivio. El segundo paso es dialogar en familia, especialmente con la pareja, para buscar una distribución más equitativa de responsabilidades, no sólo en términos de hacer, sino también de pensar y planificar. Y el tercero, igual de importante, es bajar la autoexigencia: no todo tiene que estar perfecto y no todo depende de una sola persona.
También es fundamental recuperar espacios de autocuidado, no como un lujo, sino como una necesidad. Cuidarse no es egoísmo, es salud. Una madre que se da tiempo para sí misma está fortaleciendo su bienestar emocional, y eso tiene un impacto directo en la calidad del vínculo con sus hijos y con su entorno.
Reflexión final: La maternidad moderna está llena de amor, entrega y aprendizajes, pero también, a veces, de una carga mental silenciosa que desgasta. Visibilizarla es el primer paso para cambiarla. No se trata de buscar culpables, sino de construir nuevas formas de vivir y compartir la crianza; formas donde el cuidado sea una tarea compartida y donde las madres puedan sentirse acompañadas, escuchadas y, sobre todo, libres de soltar un poco para también poder sostenerse a sí mismas.
Porque cuidar a quienes queremos también significa aprender a cuidarnos y, en esa búsqueda, todas y todos tenemos algo qué aportar.