El Papa es mío

La buena noticia es que en las redes sociales se han asomado extractos de Las confesiones de San Agustín en medio de los habituales mensajes promocionados sobre las rutinas matutinas de los CEO, criptomemes y fruslerías similares. En tiempos de acoso del algoritmo, cualquier viraje de la conversación pública impuesto por un hecho relevante ayuda a reconciliarse, aunque sea fugazmente, con el flujo de conciencia del scroll infinito. La elección del nuevo Pontífice abrió las compuertas. Todo el mundo, o casi, tiene algo que decir al respecto.
Y en la avalancha de comentarios, reacciones, glosas sobre el pasado, el presente y el futuro de León XIV se produjo un fenómeno que se da con pocas personalidades en el mundo, quizá con ninguna. Algo así como “el Papa es mío”.
Para empezar, el Papa es estadounidense. Pero también es peruano. Es de Chicago, aunque no es menos de Chiclayo, la ciudad del país andino de la que fue obispo. Tiene orígenes criollos, ancestros españoles, franceses e italianos. Estuvo en Valladolid, en León y en otras provincias castellanas. Pero más allá de las acotaciones geográficas, el anhelo de proximidad con Robert Prevost recorre todas las opciones ideológicas.
Es progresista, continuista, conciliador, hasta el bulo de que en 2023 se afilió al Partido Republicano. Donald Trump, como era previsible, destacó su procedencia como atributo decisivo. “Es un gran honor saber que es el primer Papa estadounidense.
Qué emoción y qué gran honor para nuestro país”, escribió en su plataforma, Truth, en un mensaje difundido después por la Casa Blanca en X. Lo mismo hicieron el vicepresidente, J.D. Vance, y el expresidente Joe Biden, que le llamó “León XIV de Illinois”. Le faltó decir “Da Pope!”, aunque ese fue justo el titular de portada del Chicago Sun Times.
Es natural que para entender el perfil de una figura con tanta trascendencia —religiosa, por tanto política— se recurra a los detalles biográficos. El lugar donde nació y creció, la tierra en la que se formó.
Prevost lleva cuatro décadas vinculado a Perú, donde fue misionero y más tarde prelado. En 2015 obtuvo la nacionalidad. Las fotografías que han circulado muestran a un sacerdote comprometido con su comunidad, montando a caballo, plantando un árbol o con las botas puestas en medio de una inundación.
León XIV fue decisivo para esclarecer el caso de abusos sexuales en el Sodalicio de Vida Cristiana, una organización ultraconservadora fundada en Lima que acabó disuelta por Francisco.
“El Papa es peruano, say no more [no se diga más]”, manifestó el columnista y analista político Gonzalo Banda. “Ojalá sea el gran líder de los pueblos migrantes en el mundo y ojalá aliente a nuestros hermanos migrantes latinoamericanos”, publicó el presidente colombiano, Gustavo Petro.
El nuevo Papa, León XIV, es más que un estadounidense. Sus ancestros inmediatos son latinos: españoles y franceses, y vivió cuarenta años en nuestra latinoamérica, en Perú.
Y es verdad. El Papa es peruano. Y es estadounidense al mismo tiempo. Fue misionero. Pero también es un hombre de la curia. Y se va a convertir en un representante del orden global contemporáneo. De ahí, que todo poderoso quiera una foto con él.
Trump dijo que espera conocerle próximamente, en lo que vaticina como un encuentro muy significativo. Incluso el mandatario ultraderechista argentino, Javier Milei, hará probablemente cola para una audiencia. Su bienvenida fue una bravuconada.
“Las fuerzas del cielo han dado su veredicto de modo claro. No más palabras, señor juez. Fin”, escribió al difundir la imagen generada por inteligencia artificial de un Pontífice con rostro de león. Y a él, claro, le gusta que le que llamen “el león”.
La frivolidad se queda en cualquier caso muy lejos de los insultos que dirigió a Francisco, al que se refirió como “representante del maligno en la tierra” antes de ensalzarle, tras su muerte, como “el argentino más importante de la historia”.
El Vaticano es el Estado que mejor maneja la dimensión simbólica del lenguaje. Así que en un mundo sacudido por dos guerras y profundas tensiones geopolíticas, la elección de un papa supone bastante más que la designación del jefe de la Iglesia católica.
El alcance de esos símbolos se conocerá poco a poco. Mientras tanto, todo es más complejo que un mapa con varias chinchetas.