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¿Está en peligro la democracia en Estados Unidos?

  • Por: IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA
  • 18 ABRIL 2025
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¿Está en peligro la democracia en Estados Unidos?

Hay motivos sólidos para ser optimista sobre la resistencia ciudadana a un potencial giro de Donald Trump hacia la dictadura

Aun siendo la democracia más antigua del mundo, mucha gente cree, a la vista de lo ocurrido a lo largo de los tres primeros meses de la segunda presidencia de Donald Trump, que Estados Unidos podría evolucionar rápidamente hacia un régimen autoritario.

Motivos para la preocupación no faltan. Algunas de las cosas que está haciendo la nueva Administración norteamericana resultan, por un lado, inverosímiles y, por otro, de una extraordinaria gravedad: la detención de ciudadanos extranjeros y su expulsión inmediata del país, las purgas en los servicios de inteligencia, el despido masivo y casi indiscriminado de funcionarios, la restricción de la libertad académica en las mejores universidades del país, así como el intento de controlar algunas agencias independientes, incluyendo la Comisión Electoral federal. Hay ya especulaciones sobre la posibilidad de que el actual presidente intente burlar la limitación de mandatos y se habla incluso de que podría buscar alguna excusa para cancelar las elecciones al Congreso de noviembre de 2026.

Por otra parte, si el Ejecutivo decide enfrentarse a los jueces que opongan resistencia legal a los planes de Trump habrá una crisis constitucional profunda. En caso de que el Gobierno opte por desatender los requerimientos judiciales, el deslizamiento hacia el autoritarismo podría ser muy rápido.

Los estudiosos de las democracias andan desconcertados. De acuerdo con las teorías dominantes, la democracia no está en peligro en un país que alcanza el nivel de desarrollo económico de Estados Unidos. Sabemos que las involuciones autoritarias ocurren en países de renta baja o media, pero no de renta alta; también ocurren en países jóvenes y en países con episodios frecuentes de inestabilidad política. Nada de esto se da en Estados Unidos, así que si las investigaciones estadísticas tienen fundamento, el peligro de que la democracia colapse es minúsculo. Sin embargo, cuando se sigue la política día a día, los trabajos académicos no proporcionan la tranquilidad necesaria para desentendernos del problema. Al fin y al cabo, esos estudios se basan en tendencias pasadas y, por tanto, no tienen capacidad para identificar un cambio de época: quizá el mundo esté empezando a funcionar con una lógica distinta de la que operaba en el pasado.

Pongámonos en la peor situación posible, es decir, que Trump esté dispuesto a pasar por encima de la democracia. El hecho de que no haya reconocido nunca su derrota en las elecciones de 2020, atribuyendo los resultados de entonces a un fraude electoral masivo, es la razón principal para temer que podría no respetar los procedimientos electorales en el futuro.

Si así ocurriera, ¿habría forma de frenar la involución? No si contase con un apoyo electoral indiscutible. Con una mayoría clara a su favor, Trump tendría el camino despejado. Sin embargo, debe recordarse que la victoria de Trump sobre Kamala Harris se produjo por un pequeño margen, de tan solo 1,5 puntos porcentuales. Fue una victoria limpia y legítima, pero no amplia. El país está profundamente dividido. No hay base para pensar que habrá un apoyo indiscutible a un intento de desmantelar la democracia norteamericana.

Ahora bien, aunque no tenga suficientes seguidores, podría de todos modos tratar de convertirse en un autócrata. En tal caso, me temo, los mecanismos de control horizontal, los famosos frenos y contrapesos que contempla la constitución de 1789, servirían más bien de poco. Los sistemas institucionales son extremadamente frágiles cuando el Ejecutivo decide saltarse todos los límites (como bien saben los países latinoamericanos). Una vez quebrado el sistema, lo que decida el Legislativo o un tribunal deja de contar, el presidente asume todos los poderes.

Si una situación de esa naturaleza llegara a darse, solo habría dos soluciones. O bien que el ejército interviniera en defensa de la democracia, o bien que la sociedad civil se organizase y luchase por preservar su sistema institucional. Teniendo en cuenta la historia de Estados Unidos, en la que el ejército no ha entrado en política y no ha habido nunca golpes militares, parece altamente improbable que las fuerzas armadas pudieran convertirse en el árbitro entre enemigos y partidarios de la democracia.

Al final, por tanto, la cuestión capital es esta: ¿habría suficiente resistencia popular ante la posible tentación autocrática de Donald Trump? Hay motivos sólidos para ser optimista. Estados Unidos es el primer país que históricamente se constituye como un régimen republicano. Su propia identidad nacional se asocia a los ideales democráticos expresados en la declaración de independencia de 1776. Y es además un país caracterizado, como ya apuntó Alexis de Tocqueville, por una sociedad civil vibrante y bien articulada. A pesar de que el asociacionismo haya podido declinar en los últimos tiempos, Estados Unidos sigue figurando en todos los estudios comparados en posiciones de cabeza en cuanto a participación ciudadana en asociaciones. Por supuesto, en un país tan grande y diverso como aquel, las dificultades para que tantos grupos y asociaciones consigan coordinarse en torno a una causa común son formidables, pero una amenaza a la supervivencia de la democracia sería un estímulo muy potente para superar esas dificultades. Más preocupante sería si el tránsito al autoritarismo fuera gradual, pues en ese caso no está claro en qué momento el presidente ha ido demasiado lejos y llega el momento de la protesta y la resistencia. Eso puede inducir una cierta pasividad, con ciudadanos a la espera de que las cosas empeoren aún más.

Un ejemplo interesante y reciente del papel de la sociedad civil en la defensa de la democracia es el de Corea del Sur, donde un presidente conservador intentó un autogolpe brusco mediante la declaración de la ley marcial (suspendiendo la libertad de prensa y prohibiendo toda actividad política, incluida la parlamentaria) y se enfrentó a una fuerte resistencia política y popular que le llevó a desistir.

Por lo demás, las condiciones generales que atraviese el país son cruciales para el éxito de una transición a la dictadura. Si las políticas de Trump provocan una recesión económica, la gente tendrá incentivos poderosos para movilizarse. Que las consecuencias del “experimento” trumpista sean visiblemente negativas es importante para que ciudadanos sin una predisposición fuerte contra Trump abran los ojos y piensen que el país se dirige a la catástrofe. Si la situación se le fuera de las manos, el actual presidente podría recurrir a la represión y la violencia para doblegar la resistencia civil. Ese es un punto de no retorno. No obstante, conviene recordar que la represión de la sociedad civil es una medida extrema que probablemente resulte incompatible con el grado de desarrollo económico y cultural de los Estados Unidos. Cabe suponer que mucha gente se desengancharía del proyecto trumpista si algo así llegara a ocurrir.

Desde mi punto de vista, lo más seguro es que Trump fracase como presidente, ya sea por sus políticas erráticas y mal planteadas, ya sea por divergencias internas en su camarilla de poder. Lo lógico es que quede como un paréntesis algo grotesco en la historia de los Estados Unidos. No obstante, vivimos tiempos convulsos, por lo que no cabe descartar del todo que intente una salida autoritaria. Cuadra demasiado bien con el personaje. Ante un caso así, creo que la sociedad civil conseguiría pararle. Si la democracia llegase a fallar en Estados Unidos, muchos otros países seguirían el ejemplo.

Ignacio Sánchez-Cuenca es catedrático de Ciencia Política. 


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