Columnas - Vanessa Romero Rocha

Simón Levy: el impostor

  • Por: VANESSA ROMERO ROCHA
  • 19 JULIO 2025
  • COMPARTIR
Simón Levy: el impostor

Desde hace algunos meses, usted habrá notado la irrupción en el escenario mediático de un personaje animado por Studio Ghibli que desvaría. Amenaza. Profetiza. Cada declaración es más inverosímil y desesperada que la anterior.

Su nombre es Simón Levy Dabbah y es un impostor.

 Escribo estas líneas mientras leo un viejo libro del autor hispano del momento. El Impostor, publicado en 2014 por Javier Cercas, cuenta la historia de Enric Marco: un barcelonés que se hizo pasar por sobreviviente del campo nazi de Flossenbürg. Marco recorría escuelas, asistía a homenajes y se paraba en actos oficiales frente a multitudes. Narraba con detalle los horrores que —decía— había vivido.

Hasta que fue desenmascarado casi tres décadas más tarde: Marco nunca había pisado un campo de exterminio. Ni Flossenbürg, ni ningún otro. Todo en él era mentira.

La historia de Enric Marco —el mitómano a quien Vargas Llosa incluyó en el gremio de los grandes fabuladores— lanza mi vista hacia nuestro propio impostor doméstico: Simón Levy.

Un fabulador que —moldeado por la lógica del escándalo—, se mueve como pez en el pantano de lo viral.

Entre tantos acrónimos, títulos en inglés y cargos de cartón piedra que moran en su currículum y en sus redes sociales, repasar la historia de Simón Levy no es fácil. Es un laberinto. Quizás —como decía Fernando Arrabal sobre Enric Marco— el mentiroso no tiene historia. Contarla es, de algún modo, prolongar la farsa. Seguir mintiendo.

Sabemos que es chilango, abogado, escritor, empresario y, por breves lapsos, ha servido en el sector público.

Afirma ser pionero en, al menos, dos hazañas tan improbables como irrelevantes: el primer abogado mexicano en obtener un permiso de trabajo en la República Popular China y el fundador del primer Think-Thank (sic) mexicano. En su perfil público encontramos eso: menos rigor que entusiasmo.

Lo que observamos en Levy es, en realidad, un patrón: una secuencia infinita en la que lanza al mundo una dosis de ficción que, tarde o temprano, alguien desmiente.

Así, por ejemplo, ocurrió en 2008 cuando Simón Levy llevó a China una réplica del Ángel de la Independencia para promocionar el turismo mexicano. Años más tarde, el exembajador de México en China, Jorge Guajardo, resumió sin rodeos que aquello fue un problemón […], los chinos tenían cero interés de ponerlo en ningún lado.

El diplomático también declaró a Salvador Camarena —periodista que desde hace años le sigue la pista a Simón— que, en China, el empresario les dio unos dolores de cabeza terribles. Lo que decía, aseguró, eran puras y llanas mentiras. Lo llamó, sin eufemismos, mentiroso compulsivo.

Un Enric Marco tropical.

El modelo embuste-corrección volvió en 2015, cuando Camarena nos advirtió que Levy no había atribuido debidamente la autoría de ideas clave en la tesis con la que obtuvo su doctorado.

 Ese mismo año —desde su posición al frente de la Agencia de Promoción de Inversiones y Desarrollo para la Ciudad de México (ProCDMX), bajo la administración de Miguel Ángel Mancera—, nuestro personaje empujó irregularmente la construcción del Corredor Cultural Chapultepec-Zona Rosa. Un proyecto privatizador del espacio público que planeaba segundos pisos sobre Avenida Chapultepec y un gigantesco centro comercial disfrazado de retórica progresista.

Entonces la reprimenda le llegó desde abajo: vecinos organizados lo denunciaron por conflicto de interés y, un ejercicio de consulta pública, terminó por sepultar el adefesio.

 Tres años más tarde, el arquetipo infundio-objeción volvió recargado. En 2018, Salvador Camarena rescató un video en el que Xóchitl Gálvez —entonces delegada en Miguel Hidalgo— denunciaba una obra ilegal en Polanco atribuible a Levy. Él, predecible, lo negó. No soy propietario del inmueble, dijo. Más tarde, se desmintió a sí mismo al demandar a un contratista por trabajos no realizados en el sitio. El lugar era Campos Elíseos 113.

 Años más tarde, en 2021, el búmeran volvió y remató a Levy. El país entero vio las imágenes: Simón Levy, fuera de sí, pateando con furia la puerta de su vecina. ¿La ubicación? Campos Elíseos 113 —el inmueble que insiste en delatarlo. ¿La víctima? Una mujer de la tercera edad que lo acusa de haberla amenazado de muerte.

Primero llegó la negación. No soy yo, afirmó. Luego, la tragicomedia. Me disculpo por cualquier situación sucedida, giró. Tres Doritos más tarde —su concepto pop de cabecera—, declaró que el cuñado de la señora había torturado a su hijo de cuatro años. Un alocado crescendo. Una fuga hacia adelante.

El bochornoso episodio nació como negativa, se distorsionó en mea culpa y termino siendo delirio.

Para 2025, nuestro personaje ha perdido toda compostura. Quien fuera Subsecretario de Planeación Turística por unos meses del sexenio obradorista se ha reciclado en escritor de ficción. Semana tras semana nos deleita con un festín de fantasías.

Como aperitivo, lanzó una lista de políticos mexicanos supuestamente investigados por el gobierno de Estados Unidos por vínculos con la delincuencia organizada. La embajada de aquel país salió a desdecirlo.

De entrada, nos sirvió la cancelación de una inversión millonaria en Puebla, vinculada a Vessel Housing —un proyecto de viviendas modulares prefabricadas—, alegando trabas impuestas como castigo por hablar mal del presidente macuspano. La narrativa tampoco duró. No tardó en desmentirse a sí mismo. Vessel Housing también se apresuró a deslindarse de quien —en algún lado lo leí— es valorado como chivo en cristalería.

Como plato fuerte, Levy anunció que las consecuencias de las declaraciones de Ovidio Guzmán ante la justicia en EE UU no se quedarían en los tribunales del país vecino, sino que llegarían hasta Irán y Oriente Medio. Jeffrey Lichtman —abogado del narcotraficante— lo refutó con socarronería.

De postre, frente a Julio Astillero, lo admitió: Simón Levy colabora con el gobierno de Estados Unidos en tareas de seguridad del hemisferio. Lo hago como ciudadano mexicano especificando la realidad de México al gobierno de Estados Unidos, garantiza. ¿No estaríamos ante un caso de traición a la patria?, interroga Astillero.

Lo estaríamos —si fuera cierto.

 El patrón es siempre el mismo. Simón Levy introduce una fantasía en el curso de la realidad, olvidando que el futuro siempre lo golpea con un brutal desmentido.

Simón Levy no es un mal informante. Simón Levy no es un pésimo premonitor. Simón Levy es un impostor.

Anna María Garcia —historiadora veterana— le decía a Javier Cercas que a los farsantes como Enric Marco hay que olvidarlos. Que el olvido es el castigo más cruel para los monstruos de la vanidad.

Tiene razón Anna María. Y tiene razón la presidenta: no tiene ningún caso hablar de ellos.

Pero sí —de vez en cuando— denunciar sin rodeos su fanfarronería. A los impostores, hay que desenmascararlos.


Continúa leyendo otros autores