Los números en Gaza

Cuando se lee que son ya más de 61.000 los palestinos que han muerto desde que el Gobierno de Netanyahu inició su campaña militar en Gaza para liberar a los rehenes secuestrados por Hamás en octubre de 2023, y para destruir a la organización, es difícil hacerse una idea. Es una magnitud demasiado grande, no hay manera de imaginar los rostros y las historias de quienes han padecido tanta violencia, se pierden en medio del fragor de las bombas y la destrucción.
Tampoco es posible entender qué significan esas 62.000 toneladas al mes de materiales imprescindibles para vivir —alimentos o medicinas, por ejemplo— que un organismo de la ONU ha calculado que son necesarias para paliar la hambruna que también está matando a los palestinos. Para comprender, aunque sea ligeramente, lo que significa no tener nada que llevarse a la boca quizá resulte más ilustrativo seguir la pista de una docena de los paquetes de arroz que han conseguido llegar a la Franja. Qué camino siguieron para sortear las barreras, si fueron de los que iban en alguno de los camiones de reparto o si cayeron desde el cielo, de qué manera pudieron atraparlos los que se hicieron con ellos, si tuvieron que pelear con otros para conservarlos, y si fue fácil transportarlos hasta casa. Qué pasó, por ejemplo, con algunos de los que se ofrecen, a precios prohibitivos, en los contados mercadillos que todavía existen y donde se exhiben con la expresa mención de que no se pueden poner en venta. Qué tipo de mafias están detrás para llegar a ese punto, qué métodos utilizan, cómo se organizan. Las guerras matan, pero también corrompen y destruyen la fibra moral de cualquier sociedad.
Así que la cifra de más 61.000 muertos es casi como una nebulosa. El domingo pasado, el ejército israelí liquidó en una tienda de campaña que se encontraba a las puertas del hospital Al Shifa de Ciudad de Gaza a un puñado de periodistas. Su objetivo era cargarse a Anas al Sharif, uno de los informadores de Al Jazeera que les resultaba particularmente incómodo por la cobertura que llevaba haciendo de lo que pasa en Gaza y al que Netanyahu ha señalado como miembro de Hamás. Fueron asesinados en el mismo ataque el reportero Mohamed Qreiqeh, los camarógrafos Ibrahim Zaher y Moamen Aliva y el asistente Mohamed Noufal, todos de Al Jazeera, y Mohamed al Khalidi, de un medio local. Es importante anotar cada uno de los nombres; solo de esa manera las personas se hacen reales y puede empezar a contarse su historia. Alguna pista sobre las dificultades con la que operan los periodistas la daba un testimonio que recogió Beatriz Lecumberri en estas páginas. Un camarógrafo le reconoció con “mucha vergüenza” que trataba de evitar a Al Sharif porque era un “blanco predecible”: el Gobierno de Israel lo perseguía para matarlo.
Y es que hay cifras más modestas que sí ayudan a acotar la barbarie. Según distintas fuentes, desde octubre de 2023 han perdido la vida entre 220 y 237 periodistas en Gaza. Se bombardearon, además, 152 casas en las que algunos de ellos vivían; murieron —“de paso”, podría decirse— 665 personas, entre vecinos y familiares.
Hay otros dos números, mucho más pequeños, que permiten rascar en lo que sucede: 21 y 16. Son los miembros del ejército israelí que se han suicidado en 2024 y en lo que llevamos de 2025, respectivamente. Sí, habría que rascar ahí, hacer el esfuerzo de ponerse en su lugar. Formaban parte de una feroz maquinaria de destrucción y un día dijeron basta ya.