Apoteosis de la corrupción trumpista

El saqueo, las extorsiones y los sobornos han adquirido con el segundo mandato un alcance global que escapa a la capacidad de investigación
Ha empezado una nueva era de la corrupción. Se conocía su extensión en el trumpismo, pero no las dimensiones siderales y la ausencia de límites legales o morales reveladas en apenas cuatro meses, tras la desactivación de los famosos controles y equilibrios (checks and balances). La primera presidencia fue solo ensayo general. El saqueo, las extorsiones, las comisiones ilegales y los sobornos han adquirido con la segunda un alcance global y una envergadura que escapan a la capacidad de investigación e incluso al entendimiento.
Si hubiera que marcar un hito, difícilmente se encontrará un momento tan significativo como el viaje de negocios pre-
sidenciales por tres monarquías del Golfo, donde los más ricos de este mundo se han reunido en palacios desmesurados y ceremonias gargantuescas alrededor del destructor de la democracia estadounidense y de unos monarcas absolutos que rigen sus países como una propiedad privada. Emblema perfecto de esta corrupción sin rebozo es el avión por valor de 400 millones de dólares que recibirá el presidente de Estados Unidos como gentil regalo del emir qatarí.
Intereses públicos y privados son inseparables para Donald Trump, que se mira en el espejo de las autocracias árabes y se siente como el reyezuelo propietario de un enorme emirato americano. Es elocuente el significado de la gira preparatoria que ha precedido a la suya. Los hijos del presidente, Eric y Donald junior, y el del negociador presidencial para todo (Gaza, Irán y Ucrania), Steve Witkoff, han cerrado gigantescos negocios con las familias reales, especialmente inmobiliarios y de criptomonedas. Los Trump quieren situarse entre los mayores criptomagnates a través de la plataforma World Liberty Financial para atraer inversiones extranjeras de empresas, particulares y fondos soberanos, justo cuando tienen en sus manos la política reguladora y todos los poderes presidenciales.
Buen número de los decretos presidenciales sirven para allanar el camino para tan sospechosos negocios. Destaca la suspensión durante seis meses de la ley sobre prácticas corruptas de 1977, una legislación entonces pionera para perseguir penalmente a las compañías que pagan sobornos en el extranjero.
El Departamento de Justicia ha eliminado los grupos de trabajo y los presupuestos para investigar, perseguir y confiscar a los oligarcas rusos sancionados por la invasión de Ucrania, combatir la influencia de agentes extranjeros y atajar las campañas de desinformación. Con la desaparición de la agencia para el desarrollo internacional USAID, se han anulado las subvenciones al periodismo de investigación y a las organizaciones que combaten la corrupción internacional.
La concepción transaccional de Trump difícilmente puede separarse de la corrupción, de la extorsión y, finalmente, de la transición hacia una cleptocracia. Con dinero y poder coercitivo es fácil torcer brazos y comprar voluntades. No hay acuerdo imposible y cualquier decisión presidencial puede generar sustanciosos ingresos. Incluso el derecho de gracia, que ha ejercido generosamente con sus seguidores condenados por la justicia, se ha convertido “en el Salvaje Oeste”, según expresión del conservador The Wall Street Journal, gracias al febril mercado de compraventa de perdones.
En el mundo de Trump, la ética es una dimensión desconocida. No hay conflictos de intereses, ni incompatibilidades. Elon Musk es el modelo ético. Financió y participó en la campaña electoral de Trump y ocupó luego un singular cargo sin retribución directa al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental. Dedicado a eliminar organismos y despedir a decenas de miles de funcionarios, se ha beneficiado directamente de la desaparición de las agencias y departamentos reguladores que podían obstaculizar sus negocios. Por su influencia ha quedado suspendida la aplicación de la ley de transparencia corporativa, pieza fundamental para combatir la financiación del terrorismo y el lavado de dinero. Esta legislación obligaba a identificar a los auténticos propietarios de las empresas y prohibía las sociedades pantalla. Han sido destituidas las directoras de la Biblioteca del Congreso y la responsable de la Oficina del Copyright, siguiendo presumiblemente el consejo de Musk, a quien molesta la actual legislación sobre propiedad intelectual de cara a sus empresas de inteligencia artificial.
La vigilancia legal sobre lavado de dinero, compra de voluntades y corrupción en general ha sido destruida o neutralizada. Este es el nuevo orden internacional trumpista. En vez del líder del mundo libre, un corrupto y corruptor en jefe está al frente de los negocios globales. La luminosa ciudad sobre la colina que pretendía inspirar por su ejemplaridad liberal y democrática, evocada por Ronald Reagan hace cuatro décadas, es ahora la corrupta fortaleza de Mordor, que suscita halagos y agradecimientos de dictadores y oligarcas. Trump les ha dado permiso para que se gobiernen como les plazca y mejor se acomode a sus negocios, previo pago de sustanciosas compras de armas e inversiones en Estados Unidos. El semáforo está en verde para el crimen de Estado y para las vulneraciones de derechos humanos. La delincuencia global está de fiesta. Han tomado el poder.